Los probióticos disponen de evidencia científica que avala su uso en la prevención y el tratamiento de determinadas enfermedades, principalmente digestivas, en población pediátrica y adulta. Cada vez su uso está más extendido y una duda que surge es si están exentos de riesgos para nuestra salud. La duda sobre si la administración de un probiótico es segura surge de la idea que durante mucho tiempo se ha considerado que los microorganismos son dañinos y que su presencia en el organismo es sinónimo de patología infecciosa. Actualmente sabemos que no podemos vivir sin ellos.
En el mercado español existe una amplia gama de productos que contienen probióticos, solos o combinados con otros componentes. Una idea importante a tener en cuenta es que los efectos beneficiosos de los probióticos son específicos de cepa y de la dosis y duración empleadas. Esto conlleva que sus beneficios no se pueden extrapolar a la especie o a todo un grupo de probióticos. Es decir, un mismo probiótico no sirve para todo. De hecho, no todos los preparados etiquetados como probióticos son efectivos.
Para ser catalogados como probióticos, los microorganismos no deben ser patógenos ni tóxicos y deben estar libres de efectos adversos. Las especies de Lactobacillus y Bifidobacterium son las que más frecuentemente se usan como probióticos, así como la levadura Saccharomices cerevisiae y algunas cepas de Escherichia, Streptococcus, Enterococcus, Pediococcus, Propionibacterium y Bacillus. Sobre todo se usan lactobacilos y bifidobacterias, debido a que la mayoría de las especies gozan del estatus GRAS (Generally Recognized as Safe) de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) estadounidense y sistema de cualificación de presunta seguridad (QPS) de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Además, algunas especies son residentes habituales del sistema digestivo humano, y como tales no presentan infectividad ni toxicidad (revisión). Según la Guía de la Organización Mundial de Gastroenterología sobre Probióticos y Prebióticos, hay amplísima evidencia de que las cepas de microorganismos probióticos bien caracterizadas fenotípicamente son seguras para su uso por vía oral. En el caso de nuevas cepas, debe obtenerse nueva evidencia y se recomienda seguir las indicaciones del documento guía de FAO/OMS (2002).
Tal y como nos recuerda la Dra. Mª Mar Tolín de la Sección de Gastroenterología y Nutrición del Hospital General Universitario Gregorio Marañón (Madrid), la mayoría de los probióticos se catalogan como complementos alimenticios y no requieren estudios de seguridad previos a su comercialización. Son pocos los probióticos etiquetados como medicamentos. Esto hace que los datos de seguridad de los probióticos se obtengan a partir de los estudios que se realizan para valorar su eficacia en el tratamiento de diferentes enfermedades.
El consumo de las bacterias ácido-lácticas, que tradicionalmente se han utilizado en la fermentación de los alimentos, se considera seguro para el consumo oral como parte de alimentos y suplementos para la población sana y a los niveles usados tradicionalmente. Elie Metchnikoff ya observó hacia 1910 que los habitantes de las aldeas de los Balcanes alcanzaban edades muy avanzadas y este hecho lo relacionó con el consumo habitual de una leche fermentada. Esta observación nos da una idea que el empleo de probióticos en la población general es beneficioso a largo plazo.
A nivel clínico los probióticos se emplean en bebés, prematuros, niños, adolescentes, adultos, embarazadas, lactantes, ancianos y también en personas con diferentes enfermedades. La absorción sistémica es rara cuando los probióticos se administran en individuos sanos y, en consiguiente, los efectos adversos son muy escasos. El empleo de probióticos es seguro en la población general sana, prematuros, embarazadas y lactantes y ancianos. Una reciente revisión sistemática que analizó 57 ensayos clínicos con probióticos y simbióticos y estudios longitudinales de 8 años indica que la administración de probióticos en niños de 0 a 2 años es segura (revisión). En cuanto a las embarazadas, no hay estudios que recomienden el uso de especies de Saccharomyces (fuente). No obstante, conviene considerar la relación riesgo-beneficio de forma individualizada en cada persona en particular antes de su empleo.
En cuanto a las personas con patologías, el uso de probióticos debe quedar restringido a las cepas e infecciones con eficacia probada, evitándose en pacientes con enfermedades de base muy grave y con fuerte deficiencia inmunológica y/o con la barrera intestinal muy alterada. En relación a la administración de probióticos en pacientes inmunodeprimidos, una revisión reciente publicada en 2015 concluye que los efectos adversos ocurren con menor frecuencia en los individuos inmunodeprimidos que reciben probióticos y/o simbióticos en comparación con el grupo control. Los pacientes estudiados presentaban situaciones de inmunosupresión de diferente tipo: VIH positivos, críticos, post-operados, cirugía oncológica… Las especies más utilizadas fueron Lactobacillus acidophilus y Bifidobacterium longum, con unos periodos de administración de los probióticos iguales o menores a 3 meses y una dosis media de 2 x 109 UFC al día. Tal como nos indica la Dra. Virginia Robles del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Universitario Vall d’Hebrón (Barcelona): “la lectura de esta revisión debe hacerse con cautela, ya que el grupo de pacientes inmunodeprimidos estudiado es muy heterogéneo y los datos de seguridad se ciñen a periodos de administración de probióticos en torno a 3 meses, y no a tratamientos crónicos”.
Como factores de riesgo a la hora de administrar un probiótico en la bibliografía se destacan los siguientes: pretérminos, pacientes inmunodeprimidos, pacientes con catéter venoso central, con yeyunostomía, con valvulopatía e individuos con intestino delgado corto. En estos casos conviene ser cautelosos a la hora de administrar un probiótico.
Hay una bajísima incidencia de efectos adversos en relación al consumo de probióticos. Aunque extremadamente escasos, los efectos adversos que se han documentado al uso de probióticos se clasifican en (revisión):
- Infectividad o patogenicidad.
- Producción de metabolitos no deseables.
- Posibilidad de transmisión de genes que confieran resistencia a antibióticos.
- Excesiva inmunoestimulación o inmunodepresión en individuos sensibilizados.
- Efectos negativos asociados a los excipientes.
Mi consejo final:
- Antes de usar un probiótico, asegúrate que la indicación para la que lo usas está respaldada por ensayos clínicos bien diseñados. Siempre conviene personalizar el riesgo/beneficio de su empleo en cada persona y tras obtener el beneplácito de tu médic@ y/o farmacéutic@.
Imagen de la portada: Flickr.
Bibliografía:
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