Antes de adentrarme en temas complejos relacionados con la Inmunología, me ha parecido oportuno dedicar 3 posts para hablar de los elementos que constituyen nuestro sistema inmunitario y sus principales funciones. Entender el papel que desempeñan los protagonistas del sistema inmunitario en condiciones normales nos ayuda a tener un mejor conocimiento de lo que sucede en las enfermedades a las que nos enfrentamos actualmente, ya que la gran mayoría de ellas tienen sus orígenes en el sistema inmunitario.
El sistema inmunitario protege al organismo del ataque de agentes patógenos, es nuestro sistema de defensa. Además, el sistema inmunitario también actúa para asegurar la tolerancia de lo propio, de los alimentos y otros componentes del medio ambiente, así como de las bacterias comensales inherentes al organismo que componen la microbiota intestinal (comúnmente se la denomina “flora” o “microflora”, pero esta nomenclatura es errónea ya que los microbios no son plantas). Aunque actualmente se acepta que el término inmunidad significa protección frente a la enfermedad, su origen es jurídico, ya que procede del latín inmunitas, término que definía la protección de que disfrutaban los senadores romanos en el ejercicio de su cargo. Es decir, aquellos senadores que tenían inmunidad estaban libres de ciertas obligaciones. El concepto de inmunidad con este sentido también lo encontramos en nuestro vocabulario cotidiano. Por ejemplo, cuando decimos que “soy inmune a tus comentarios” nos referimos a que no nos afectan los comentarios negativos que nos puedan hacer.
El sistema inmunitario es un complejo entramado de elementos que participan en numerosas funciones de forma integrada con otros sistemas del organismo. Para poder entender mejor cómo funciona, se puede comparar con una ciudad medieval amurallada del siglo XV. Tanto el sistema inmunitario como la ciudad medieval están rodeados de barreras defensivas y tienen elementos móviles que permiten su defensa. El sistema inmunitario está formado por tres niveles de defensa, que tienen su analogía con las diferentes estructuras de la ciudad fortificada:
- Barreras físicas, químicas y microbiológicas (primera línea de defensa).
- Inmunidad innata (segunda línea de defensa).
- Inmunidad adaptativa (tercera línea de defensa).
En este post trataré sobre las diferentes barreras defensivas que dificultan o impiden la entrada de los microorganismos patógenos. Algunos autores las denominan defensas externas y su misión es proporcionarnos una primera línea de defensa que facilitará la posterior acción del sistema inmunitario. Estas barreras responden rápidamente y de forma inespecífica frente a infecciones diferentes o repetidas, es decir, siempre actúan de la misma forma independientemente de cual sea el agente agresor que nos ataca.
Barreras físicas: a lo largo de la evolución el ser humano ha desarrollado diferentes barreras en aquellos lugares donde los microorganismos patógenos pueden penetrar más fácilmente. Las vías de entrada de los agentes agresores incluyen la superficie de nuestro cuerpo y los orificios naturales, a través de los cuales el interior de nuestro organismo se comunica con el exterior: boca, nariz, ojos y tramo final de los aparatos digestivo, reproductor y excretor. En la fortificación medieval, estas estructuras equivaldrían a las principales entradas de la ciudad.
En nuestro cuerpo, la piel es la estructura que hace de barrera física más evidente y es muy efectiva, ya que los microbios solo pueden atravesarla si hay roturas o heridas. Por otro lado, todos los conductos internos que desembocan en orificios naturales están recubiertos de un tejido protector denominado mucosa. Las mucosas son más frágiles y revisten el interior de los órganos digestivos, los respiratorios, los urológicos y genitales femeninos. Su función es impedir la entrada de agentes agresores al interior del organismo una vez se han introducido por los orificios naturales. A nivel de la ciudad medieval, la piel y las mucosas equivaldrían a las murallas; otras barreras físicas serían las torres de defensa y los fosos.
La penetración de los agentes extraños en nuestro interior se ve todavía más dificultada por la acción de toda una serie de sustancias químicas fabricadas por nuestro cuerpo y que en conjunto constituyen las barreras químicas.
Barreras químicas: incluyen las secreciones con actividad antimicrobiana de las mucosas.
- Leche materna: ejerce un papel crucial a la hora de proteger a los bebés de muchísimas infecciones, debido a que contiene, entre otros, diversos compuestos antimicrobianos como las inmunoglobulinas secretoras sIgA, sIgG, sIgM, la lisozima, la lactoferrina y la lactoperoxidasa.
- Lágrimas, saliva y secreciones nasales: contienen lisozima, una enzima que rompe las cubiertas externas de las bacterias.
- Sudor y ácidos grasos de la piel.
- Mucus: la viscosidad impide el movimiento de los microorganismos y de otras partículas extrañas atrapadas en el mucus. Así, por ejemplo, en la mucosa respiratoria, mediante mecanismos como el movimiento de los cilios, la tos y los estornudos, pueden ser eliminados al exterior.
- Espermina y zinc en el semen.
- pH ácido del estómago y la vagina.
- Defensinas: son proteínas producidas por las mucosas (también por leucocitos) y poseen un amplio rango de acción frente a gran diversidad de microorganismos.
En nuestra analogía con la ciudad medieval, la lisozima de las lágrimas, la saliva y las secreciones nasales equivale al fuego y el ácido clorhídrico del estómago sería el aceite hirviendo que los soldados utilizaban para eliminar los atacantes.
Barreras microbiológicas: incluyen la microbiota autóctona protectora que convive con nosotros en una relación de simbiosis, es decir, de la cual ambas partes obtenemos beneficios. De hecho, somos 10 veces más bacterias que células humanas. La microbiota se encuentra en la boca, el tracto gastroinestinal, el tracto genitourinario y en la piel, aunque el mayor número de microorganismos se encuentra en el colon. Nuestra microbiota autóctona ocupa un espacio que no permite que sea ocupado por un microorganismo ajeno. Además, crea un ambiente ácido, dificulta la captación de nutrientes por parte de los otros microorganismos y produce sustancias tóxicas contra otros microorganismos que puedan ser peligrosos para la persona. A través de todos estos mecanismos, las “bacterias buenas” impiden el crecimiento de las bacterias patógenas. En la ciudad medieval, los animales domésticos serían el equivalente de la microbiota en el cuerpo humano, ya que no permiten la entrada de ningún otro animal que les pueda hacer la competencia en relación a su dueño.
Una vez que el agente agresor ha atravesado estas tres primeras barreras defensivas, se enfrenta a los soldados de la ciudad medieval y a sus armas y estrategias de defensa que corresponden a las células y moléculas que intervienen en la inmunidad innata y adquirida.
¡Espero que os haya gustado esa pequeña introducción a nuestro sistema inmune de defensa! En el próximo post de la semana que viene nos adentraremos en la inmunidad innata 🙂
Bibliografía:
- Regueiro González JR, López Larrea C, González Rodríguez S, Martínez Naves E. Inmunología: biología y patología del sistema inmunitario. 4ª ed. Madrid: Editorial Médica Panamericana; 2011.
- Field CJ. The immunological components of human milk and their effect on immune development in infants. J Nutr. 2005; 135(1):1-4.
- Pérez-Cano FJ. Nodrint les nostres defenses. Barcelona: Omnis Cellula – Publicacions i Edicions de la Universitat de Barcelona; 2009.